LA ADICCIÓN AL TRABAJO Y SU CURA

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ARTURO CASTILLO

Después de todo, ser un ‘trabajólico’ puede que no sea tan malo, como tampoco lo fue en su momento ser un ‘estresado’. De hecho, padecer de adicción al trabajo significa hoy estar con la corriente de moda, denota un cierto estatus.

Efectivamente, esta enfermedad de última data es privilegio de los altos ejecutivos, de los dueños de grandes empresas, de las mujeres y hombres que han debido sacrificarse a sí mismos para llegar a la cumbre. Ellos han elegido vivir de forma extenuante, convertirse en víctimas del estrés, en esclavos del reloj y de la agenda, ser una especie de incansables atletas de maratónicas y tediosas reuniones.

Y es que normalmente se piensa que no hay manera de alcanzar los sueños, de lograr el éxito financiero, que pagando un tributo, consistente en la pérdida del equilibrio físico y espiritual.

No es de extrañar que el trabajo, o más bien la forma de trabajar, en la sociedad de nuestros días se haya convertido en una suerte de adicción. Y, como cualquier otro tipo de adicción, no es siempre el placer lo que busca la persona, sino acabar con el dolor.

El trabajo, sin embargo, no tiene un carácter adictivo, solo constituye un medio para obtener lo que realmente importa y gratifica: poder, posición, seguridad. Con ello, el sujeto cree llenar el vacío, superar la soledad, el tedio, alcanzar seguridad, encontrar un lugar en el mundo.

Naturalmente, el poder, el dinero, la autoridad, producen adicción. El sujeto sería capaz de rebasar cualquier límite, de burlar cualquier barrera ética, con tal alcanzar lo que se propone, convenciéndose a sí mismo que el fin justifica los medios.

La llamada adicción al trabajo, sin embargo, no se cura dejando de trabajar, sino atendiendo los aspectos que se quieren esconder y evitar, para lo cual el individuo orienta y canaliza toda su energía en la dirección de una laboriosidad que resulta perjudicial para su equilibrio vital.

El asunto no es del todo sencillo, pues el adicto al trabajo negará su adicción. El entorno coadyuvará para su agravamiento, pues hará de la persona un ejemplo a seguir, un arquetipo del esfuerzo, del sacrificio, del ‘desprendimiento’. Con toda esa simbología, el héroe laboral no tendrá otra opción que persistir en su conducta.

Hará del reconocimiento público su torre de marfil, su pequeño trono, su metro cuadrado de poder, aunque su vida personal se desmorone, aunque su universo íntimo sea un auténtico fracaso.

No le importará haber perdido el gobierno de su propia existencia, pues hallará sustitutos en la admiración y los halagos de gente extraña. Su ego tomará el control y le obligará a vivir estrictamente hacia afuera, totalmente desconectado de sí mismo, de su ser.

Esta forma unilateral de asumir la propia existencia es fuente de un sinnúmero de males, desde los pasajeros, que se ‘curan’ con paliativos químicos o que se distraen con algo de trabajo… El estrés, las úlceras gástricas, el insomnio, las cefaleas, los problemas respiratorios, cardiovasculares, la inapetencia, la hipertensión, se dejan en manos de los especialistas.

Una que otra visita al quirófano dejará al amante del trabajo listo para volver a la carga, quien hará del médico su mejor aliado, lo que significa que difícilmente está dispuesto a cambiar su estilo de vida.

«El trabajo es mi vida» suelen afirmar los ‘trabajólicos’; más propiamente lo que quieren decir es ‘soy una persona virtuosa, ejemplar’. Y no cabe duda, lo son, pero esa virtud está descompensada, pues no se articula adecuadamente con otros aspectos de su personalidad, de su expresión vital.

El trabajo es terapéutico, sin duda, puesto que demanda de la utilización de todas las cualidades humanas, en cuyo ejercicio está la clave del desarrollo espiritual pleno. Por supuesto, hay que hacerlo de modo consciente, entusiasta, con vivo interés, de manera gozosa.

La cura para la adicción al trabajo consiste en aprender a intercalar actividad y reposo, trabajo y recreación, esfuerzo y ocio. Consiste en establecer una clara escala de valores. En la adicción laboral, la familia, por ejemplo, no ocupa un lugar preponderante, el primero.

El adicto al trabajo argumenta que su afán laboral radica en asegurar el bienestar y el futuro de su familia. Paradójicamente, el buen propósito muchas veces no pasa de ser eso, un camino empedrado al infierno.

Reconocer la adicción es el primer paso. Resulta muy difícil, sin embargo, asumir y aceptar que se está trabajando hasta el punto de partirse el alma.
En segundo lugar, el ‘aliento’ social, el beneplácito, la exaltación del trabajo como un valor supremo, constituyen obstáculos que deben vencerse.

Mantenerse ‘sobrio’, alejado del exceso de trabajo, evitar situaciones y personas que resultan perniciosas, ‘trabajólicos’ que tientan a laborar fuera de horario, a reunirse para ‘atender unos asuntos pendientes’, son cosas que quien busca curarse debe aprender a dejar de lado.

Obviamente, debe desarrollar otros intereses, debe diversificar sus actividades, cultivar intereses de otra índole, ojalá artísticos, literarios, alguna disciplina corporal, la participación en propósitos comunitarios, de servicio a causas de bienestar colectivo.

Y, primariamente, el anclaje en la familia, los nexos del amor, de las alegrías compartidas, son la fórmula perfecta para utilizar el tiempo de manera productiva humanamente hablando.

En casos radicales, la asistencia profesional es lo pertinente. Confesar en el ambiente seguro y confiable de la terapia el ‘gusto’ por el trabajo. Aceptar que no es el trabajo sino la actitud hacia él mismo lo que eventualmente le ha llevado a enfermar, a hacer de su vida personal una verdadera calamidad.

 

Publicado el agosto 13, 2013 en EL YO LABORAL y etiquetado en , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente. 3 comentarios.

  1. marcia montenegro n.

    cuanta falta me hacia leer tus ,comentarios. , y es ahora que por primera vez llega esto, comparto lo que dices , pareceria que estamos desarrollandonos en serie. un abrazo marcia montenegro

  2. Estimada Marcia, también es grato tener noticias tuyas. Fue lindo compartir las prácticas de gimnasia.

    Sí, tienes razón, parecería que estamos hechos en serie, a conveniencia del sistema. Bien adaptados, obedientes, buenos ciudadanos; exactamente lo opuesto a lo que deberíamos ser.
    El temor nos paraliza… ¿Qué haríamos sin la aprobación de los demás?…

    Un abrazo sincero,

    Arturo

    • marcia montenegro n.

      hola Arturo esperaba tu saludo, que hariamos sin la aprobacion de los demas?…empezaria el cambio, y para eso se necesita una gran dosis de valentia y conocenos a si mismos para decir si soy capaz y sin lamentos, en el fondo pasarian otras cosas que nos haria bien, empezariamos conductas diferente a ls habituales que nos darian curiosidad y hasta felicidad, por un tiempo se nos iria la rutinas y esto sin dejar de trabajar simplemente siendo mas humanos porque el problemas ese de los no humamos, en mi vida si hize cambios y me he sentido mucho mejor y hasta cierto punto como dice alguien peligrosamente feliz un abrazo y quiero verte otra vez

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